Al principio yo era la primera que estaba encantada de participar en todo tipo de acciones que pudieran contribuir al consumo de frutas y verduras entre los escolares o cualquier otro colectivo. A los pequeños los tiene entretenidos, tú pones en práctica todas tus habilidades (las tengas o no) para hacerles aprender algo, mientras se divierten claro, y la autoridad organizadora pertinente se hace la foto al final para la nota de prensa o redes sociales.
Acciones de este tipo las vemos permanentemente, todo el mundo está concienciado con la alimentación saludable, con los niños, con la obesidad infantil, todos. Ahora bien ¿nos hemos parado a pensar si está sirviendo para algo? Pues yo sí, y aunque me pese reconocerlo, creo que no mucho y os voy a contar por qué.
Realmente cuando un niño es obeso o come mal, salvo contadas excepciones, no es su culpa, es fruto del entorno. Los niños realmente aunque cada vez empiezan a tomar consciencia antes, son considerados adultos para razonar a los 18, lo que quiere decir que antes, sobre todo cuando son más pequeños, están influenciados permanentemente. Influenciados por los menús de los comedores, por las meriendas que les preparan los padres, por las meriendas de los padres de sus amigos, por sus amigos, por los profesores, por toda la oferta de alimentos insanos que están a su entera disposición en los supermercados, algunos de ellos hasta con recomendaciones oficiales de asociaciones de pediatría para lavar conciencias, y en las tiendas de chuches.
UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS…..
Y si están influenciados por todos estos agentes externos a ellos, ¿por qué insistimos en dirigir todas nuestras acciones a ellos y solo a ellos? Pues porque es más fácil. Siento decirlo, pero es más fácil disfrazarse de tomate y contar un cuento con sus propiedades que hacer campañas para cambiar los menús escolares, organizar reuniones con las asociaciones de padres hasta ponerlos de acuerdo en las meriendas que llevan al cole, o bombardear a la industria alimentaria hasta que deje de sacar al mercado alimentos para niños que son directamente culpables de su obesidad.
¿Alguien se ha parado a pensar la contradicción que puede suponer para un niño que venga una patrulla de desconocidos a contarles lo buenas que son las frutas y verduras, y lo malas que son las galletas y bollería industrial, y que luego cuando lleguen a casa se encuentren el frutero vacío y la despensa llena de “garguerías”? Contradicciones como estas ocurren permanentemente, y por eso hay que hacer un gran esfuerzo en aunar consensos, ponernos de acuerdo en las recomendaciones, las pautas, las campañas, los discursos… En definitiva, que exista una coherencia por la cual los niños tengan claro que es lo bueno y lo malo, porque lo van viendo y aprendiendo desde pequeños y no porque la autoridad de turno venga a convencerles y apuntarse tantos ya de paso.
Reflexión final:
– Con muchísimo respeto a todos mis compañeros nutricionistas, creo que podemos aportar mucho más que hacer de cuentacuentos de fruitis.
– Con el mismo respeto a todas las entidades y organizaciones, públicas y privadas, que quieren hacer algo por la salud de los niños, giremos el timón, dejemos a los pobres niños tranquilos y vayamos a por los directamente responsables de su alimentación.